lunes, 5 de mayo de 2008

EL RETORNO DE UNA LEYENDA JUANECO Y SU COMBO


recuerdo hace muchos años en mi infancia esperando a mi pata tato en la puerta de su casa, cuando de su cocina emergió esa melodía de juaneco que expatriada de Brasil se había convertido en todo un hit...olé mujer hilandera...olé...olé...ole...tu me enseñas a hacer hilos yo te enseño a enamorar....así como este recuerdo, juaneco y su combo, ya con juaneco muerto, regresa para decirnos que son la gran historia de la música peruana de oriente, pero quien mejor que mi brother Pablo Ibañez para retratar este regreso:


Le dije a Pablo, mi compañero de piso, que si fuera Wim Wenders y el tiempo corriera hacia atrás me subiría a un avión y me iría a Pucallpa, en la selva peruana. Allí buscaría a un tal Juaneco y le convencería para que se dejara grabar en un documental. Pero ni yo soy Wim Wenders ni el tiempo corre hacia atrás, eso Proust y Agostinelli lo saben bien.
Juaneco murió en el año 2004 por culpa de una enfermedad terminal. Yo no supe de él hasta dos años después y ahora sólo me queda escuchar los viejos temas de cumbia que me grabó Daniel a mi paso por Tarapoto. En ellos suena una guitarra antológica que viaja entre notas y silbidos, alaridos de cumbia borracha a los que es imposible arrebatar su esencia amazónica. Juaneco y su Combo son la selva echa música. Y lo son desde hace 40 años.
El año 1966 Juan Wong Paredes, apodado Juaneco (teclados), Noé el Brujo Fachín (guitarra) y Wilindoro Cacique (vocalista) forman la mítica banda. Sobre el imaginario de los indios shipibos y las comunidas mestizas elaboran una ejecución personalísima de la cumbia, estilo musical que gobierna con mano de hierro los dominios selváticos de Bolivia y Perú. Enseguida tienen éxito. Promotores de provincias les suben a viejos autobuses y les hacen rodar por las calamitosas carreteras de la región. Incluso traspasan fronteras y llegan a tocar en Brasil, Venezuela, Colombia y Ecuador. Es el momento dorado de Juaneco y su Combo, que en 1970 graban su primer disco con los temas que les han hecho famosos: La Fiesta de San Juan y Me robaron mi Runa Mula. Le siguen otras grabaciones con temas como Mujer Hilandera, La Sirenita Enamorada o Vacilando con Ayahuasca. Cada uno de los temas que interpreta la banda responde a una provincia emotiva de la selva y cada vez que suben al escenario el alcohol y la alegría se reparten sobre la isla verde que palpita en el corazón de América. Llegan Juaneco y su Combo, apaguen las luces, la vida está encendida.
El 2 de mayo de 1976 ocurre la tragedia. Cinco miembros de la banda regresan desde Chanchamayo a la ciudad de Pucallpa a bordo de un avión que jamás llegará a su destino. Todos los pasajeros mueren en el accidente y sólo dos músicos sobreviven: Juaneco y Wildoro, quienes no habían tomado el avión porque tenían que ir a Lima a recoger su última grabación. El golpe ha sido duro, pero el alma de Juaneco y su Combo permanece intacta, con el vigor suficiente para incorporar nuevos músicos y continuar girando alrededor de la selva y sobre los fantasmas de la Amazonía. La Runa Mula es una mula poseída que cabalga las noches al acecho de los adúlteros. El Yacuruna es un dios marino que rapta a las nativas. El Mayantu es un duende con cara de sapo que ayuda a los hombres necesitados. Y en algún lugar entre Chanchamayo y Pucallpa hay cinco músicos etéreos que rasgan cuerdas invisibles, caminan en comparsa bajo la luz de la luna, buscando el avión que han perdido en medio de la selva.
Juaneco y su Combo sobrevive a la tragedia. La fama, sin embargo, se queda con los fantasmas. Pueblos olvidados, barriadas en fiesta, dos aceras que encauzan una lengua de tierra, los escenarios donde Juaneco y sus chicos actúan son cada vez más estrechos. La música alucinada de la selva envejece ante la muchedumbre borracha. En 2004 muere Juaneco. Y como siempre ocurre en estas historias, dos años después de su muerte Pucallpa organiza grandes homenajes a la dilatada historia de Juaneco y su Combo, el único colectivo que ha sabido convertir en arte la magia de la selva, en un arte que sabe a cerveza y que no se vende, un arte que corresponde a partes iguales al poblador de la frontera y al del interior, al intruso de la costa y al más intruso todavía, al tipo con barba que escucha en Granada el lamento del Ayaymama, la composición más sublime del gran Juaneco, la transcripción musical del llanto de dos niños que fueron abandonados en la selva y que por años suplicaron el retorno de su madre, por años hasta convertirse en un pajarillo esquivo. También Juaneco se dejó su vida en el lamento, y también su música es hoy un pajarillo de la selva, se la escucha entre las ramas de árboles centenarios, se la escucha en noches de navajas, se la escucha nadando entre los ríos. Y se la escucha a los pies de la Sierra Nevada, en tierra de moros derrotados.

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